El servicio de traducción en Tarará se mantenía durante 24 horas. Los traductores hacían turnos rotativos y fueron esenciales en la conexión comunicativa y emocional con el personal médico y paramédico cubano. María Nilda Báez narra que al permanecer tanto tiempo con las niñas y niños, las relaciones fueron volviéndose familiares.
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